No queda nadie al otro lado del salón,
solo pueblan las paredes retratos ausentes
que van perdiendo el color
por el paso del tiempo.
Con la copa en la mano,
y aún con el traje de gala
hecho jirones,
repaso sus rostros.
Algunos me lanzan
una sonrisa nostálgica
desde más allá del cielo.
Otros se han dado la vuelta
y -de espaldas- se alejan
por caminos de reminiscencia
en paisajes de leyenda.
No queda nadie,
y pintado está el salón
de luces y sombras
como pintada está la noche de luna.
No queda nadie
ni murmullo
ni música
ni juegos en la madrugada.
Solo historias y retratos
que pueblan el óxido
de la memoria.
Pero mañana será otro día,
mañana me cambiaré,
tenderé mis papeles al sol
y pondré otro disco.
Mañana, en el recibidor,
pintaré claroscuros velados
por el tono de las cosas sin nombre.