Salgo del río humano que es la boca del metro. Las escaleras mecánicas escupen una multitud anónima a la superficie, a ese mundo lleno de personas pero deshumanizado al mismo tiempo, ese mundo que respira por las pantallas y los escaparates. Un gran anuncio con vídeos y luces llamativas invita a adquirir el último móvil de Samsung. En el centro de la plaza, la muchedumbre se agolpa en torno a una caravana promocional que da a conocer un reality show. Este consiste en una habitación cerrada donde dos personas se acuestan y se conocen en treinta minutos. Por lo visto, es suficiente. Aquí todo es rápido, virtual y fugaz. Cómodo, dicen. Global, predican. Tal vez por ello, muchos se apresuraban a capturar el momento con sus móviles, a entrar y salir de las tiendas, a compartir un estado. Porque la realidad es que la humanidad se muere por las esquinas, entre Gran Vía y Preciados.
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