"Entre tanto la fortuna de los Saccard parecía en su apogeo. Ardía en
pleno París como una fogata colosal. Era la hora en que la jauría
violenta llena un rincón del bosque con el ladrido de los perros, el
restallar de los látigos, el llamear de los antorchas. Los apetitos
destacados se contentaban al fin, en la prudencia del triunfo, con el
ruido de los barrios derribados y de las fortunas edificadas en seis
meses. La ciudad no era ya sino un gran desenfreno de millones y de mujeres.
El vicio, llegado de arriba, corría por los arroyos, se desplegaba en
los estanques, ascendía en los surtidores de los jardines, para caer
sober los tejados, en lluvia fina y penetrante. Y parecía, de noche,
cuando uno pasaba por los puentes, que el Sena arrasrase, en medio de la
ciudad dormida, las basuras de la ciudad, migajas caidas de la mesa,
lazos de encaje dejados en los divanes, cabelleras olvidadas en los
simones, billetes de banco deslizados en los corpiños, todo cuanto la
brutalidad del deseo y la satisfacción inmediata del instinto arrojan a
la calle, tras haberlo roto y mancillado. Entonces, en el sueño febril
de París, y mejor aún que en su búsqueda jadeante a plena luz, se notaba
el desequilibrio cerebral, la pesadilla dorada y voluptuosa de una
ciudad enloquecida por su oro y por su carne."
La Jauría, de Émile Zola
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