Aquel día, Celia no pudo
evitar echar la vista atrás y contemplar todos sus crímenes con cierto
regocijo. El espejo le devolvía una mirada esquiva y un amago de sonrisa
cómplice que apenas dejaba adivinar todo el horror que había sembrado.
Se evitaba a si misma al tiempo que admiraba aquella capacidad para
hacer del crimen una obra maestra. El miedo y un extraño
autoreconocimiento que la iba invadiendo, se entremezclaban en su cabeza
como sensaciones contradictorias que no podía controlar. Se dejó
dominar por ellas.
Pensó entonces detenidamente en lo que había hecho, en los detalles de la sangre salpicando las paredes, en los ojos vacios de vida de los cadáveres y en aquel viejo piso de suelos ajedrezados donde el hedor de la muerte se expandía como una presencia invisible invadiendo todas las habitaciones. Entonces supo que aquella no sería la última vez
Pensó entonces detenidamente en lo que había hecho, en los detalles de la sangre salpicando las paredes, en los ojos vacios de vida de los cadáveres y en aquel viejo piso de suelos ajedrezados donde el hedor de la muerte se expandía como una presencia invisible invadiendo todas las habitaciones. Entonces supo que aquella no sería la última vez
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