Hoy Selene cuelga del cielo
como única certeza astral
vigilante de los desvelos cotidianos
en una ciudad a medio gas.
El monstruo de hierro
-testigo discreto del tiempo-
se adentra en el murmullo del mar
como flecha oscura y silenciosa.
A sus pies, clandestinidades cómplices
de adolescentes y porros
de parejas y atardecer
con el patrocinio de las mudas farolas.
Pero solo yo quedo como extraño y consciente expectador
del eco lejano y constante del tráfico,
de la acalorada conversación telefónica de un inmigrante,
de como el olor a maría se entremezcla con el del mar,
o de un cielo al que le faltan estrellas.
¿Nadie más lo ve?
No hay comentarios:
Publicar un comentario