sábado, 22 de noviembre de 2014

Ese fino hilo que constituye el vínculo que separa la imaginación de la relidad.

   No se ni cómo ni por qué, pero de repente me encontraba en la cubierta de aquel barco. No había imágenes que hubieran podido ayudar a ubicar a alguien ajeno a mi cabeza, donde y cuando estabamos; pero yo lo tenía todo demasiado claro. Estaba allí, en la cubierta de aquel gran vapor procedente de Iglaterra y que ahora estaba haciendo escala -la linea de la costa se distinguía perfectamente a un par de kilómetros del navio- en algún puerto de Normandía. ¿El destino? América, Nueva York, seguramente. ¿El momento? Alguno a principios de siglo XX. Todo al más puro estilo Titanic.
   Y todo era jodidamente real: El sonido del mar, las gaviotas, los aullidos del vapor escapándose por las chimeneas... Encajaban el momento y las circunstancias, incluso mis ropas de época.
   Desde tierra, se aproximaba un pequeño transbordador con viajeros y correo. Desde este, una escalarilla ascendía hasta la cubierta de nuestro buque, y una pequeña grua permitía subir paquetería y equipaje. Desde Francia venían bastantes pasajeros, al menos un centenar. Yo no estaba muy lejos del lugar donde estos iban apareciendo en cubierta, por lo que entre la pequeña multitud que se iba dirigiendo hacia sus camarotes, me encontré con los ojos grises de una chica increiblemente atractiva; palida y con una gran cabellera pelirroja bajo su sobrero de alas anchas. Llevaba puesto un vestido de tonos azúl claro. A juzgar por su apariencia debía de viajar en primera clase. Yo no pude evitar quedarme mirándola, hipnotizado; y tampoco pude reaccionar cuando ella me miró, primero sorprendida, quizás preguntándose si me conocía de algo; pero luego me sonrió de manera complice durante unos segundos para a continuación perderse de vista entre la gente, acompañada de aquellos con los que viajaba. Y aunque ya había desaparecido, yo me quedé allí con cara de tonto mirando al mismo sitio donde se agolpaban los pasajeros que iban subiendo. Hasta que todos lo hicieron y la multitud se dispersó.
   Seguía en el mismo sitio cuando minutos más tarde, levabamos anclas y zarpábamos, El sol estaba ya bajo a aquella hora de la tarde. En la costa, que parecía incendiada por los últimos rayos del sol, se empezaban a divisar algunas luces. Pronto nos adentraríamos en alta mar.
   - Elle me manquera beaucoup... -me sorprendió una voz a mi lado.
   La misteriosa chica que había visto subir antes, también contemplaba el mismo paisaje. Ni me había dado cuenta, y el corazón me dio un vuelco cuando me percaté de que su brazo casi rozaba con el mio, de que sus cabellos rojizos ondeaban mecidos por la brisa a excasos centímetros de mí. Embriagado por su mera presencia, finalmente conseguí reaccionar.
   - Vous habitez en France, mademoiselle? -logré articular desplegando todos mis conocimientos de francés.
   - Juste là-bas -dijo ella clavando sus ojos grises en los mios para luego señalar hacía tierra con el brazo. Luego me sonrió
   Me fijé que sobre los acantilados, en una colina elevada, se erigía un pequeño castillo medieval de cuyas torres solo podía distinguirse ya la silueta. El lugar parecía tan idílico como mi interlocutora. Asi que, decidido a no dejar pasar la oportunidad de conocer a aquella chica tan interesante. Se llamaba Eleonore, y era hija del conde que vivía allí.
   La conversación prometía, y mis intentos por hablar un francés correcto eran proporcionales a las ganas que tenñia de sabero todo sobre ella.
   No había pasado mucho, cuando sentí una mano tirándome del otro brazo. Me giré y sentí un escalofrío al ver a mi madre en todo su genio y figura allí mismo.
  - Hijo, ¿has hecho lo que te dije anoche? Mira que luego todas las tiendas cierran y al final no haces nada...
   -¿Mama? ¿Pero qué...? Intenté continuar la conversación con aquella chica cautivadora de ojos grises, pero ya era demasiado tarde. Todo se desmoronaba; Eleonore se esfumó, la puesta de sol se convirtió en el amanecer de un dormitorio, y el puñetero barco continuó navegando sin mí. A un lado, el teléfono móvil no paraba de sonar, al otro mi amiga gruñía entre las sábanas por el evidente fastidio del ruido. Mientras trataba de ubicarme en el continuo espacio tiempo, acerté a coger el teléfono para ver de quien se trataba. Era mi madre.

   Es sorprendente hasta donde puede conducirnos nuestra imaginación cuando nos dejamos arrastrar por ella o le damos rienda suelta. El caso de los sueños es el más claro ejemplo de su poder, de un poder que se nos escapa y del que muchas veces no somos conscientes. Pero sin duda, lo más asombroso es ese fino hilo que constituye el vínculo que la separa de nuestra realidad. A veces... No está muy claro.

2 comentarios:

  1. JAJAJAJAJA, MUY FAN DE LA IMAGEN DE TU MADRE. Me la he imaginado con su voz y su ceño fruncido.
    Pobre Edu y pobre Eleonore :(

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  2. La verdad es que esto me pasó hace ya tiempo, pero el otro día lo recordé, y me hizo mucha gracia, por lo que decidí inmortalizarlo =)

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