viernes, 12 de junio de 2020

microrelato negro

Aquel día, Celia no pudo evitar echar la vista atrás y contemplar todos sus crímenes con cierto regocijo. El espejo le devolvía una mirada esquiva y un amago de sonrisa cómplice que apenas dejaba adivinar todo el horror que había sembrado. Se evitaba a si misma al tiempo que admiraba aquella capacidad para hacer del crimen una obra maestra. El miedo y un extraño autoreconocimiento que la iba invadiendo, se entremezclaban en su cabeza como sensaciones contradictorias que no podía controlar. Se dejó dominar por ellas.
Pensó entonces detenidamente en lo que había hecho, en los detalles de la sangre salpicando las paredes, en los ojos vacios de vida de los cadáveres y en aquel viejo piso de suelos ajedrezados donde el hedor de la muerte se expandía como una presencia invisible invadiendo todas las habitaciones. Entonces supo que aquella no sería la última vez

lunes, 8 de junio de 2020

Trocitos de Zola II

"Entre tanto la fortuna de los Saccard parecía en su apogeo. Ardía en pleno París como una fogata colosal. Era la hora en que la jauría violenta llena un rincón del bosque con el ladrido de los perros, el restallar de los látigos, el llamear de los antorchas. Los apetitos destacados se contentaban al fin, en la prudencia del triunfo, con el ruido de los barrios derribados y de las fortunas edificadas en seis meses. La ciudad no era ya sino un gran desenfreno de millones y de mujeres. El vicio, llegado de arriba, corría por los arroyos, se desplegaba en los estanques, ascendía en los surtidores de los jardines, para caer sober los tejados, en lluvia fina y penetrante. Y parecía, de noche, cuando uno pasaba por los puentes, que el Sena arrasrase, en medio de la ciudad dormida, las basuras de la ciudad, migajas caidas de la mesa, lazos de encaje dejados en los divanes, cabelleras olvidadas en los simones, billetes de banco deslizados en los corpiños, todo cuanto la brutalidad del deseo y la satisfacción inmediata del instinto arrojan a la calle, tras haberlo roto y mancillado. Entonces, en el sueño febril de París, y mejor aún que en su búsqueda jadeante a plena luz, se notaba el desequilibrio cerebral, la pesadilla dorada y voluptuosa de una ciudad enloquecida por su oro y por su carne."

La Jauría, de Émile Zola