domingo, 21 de agosto de 2016

Primera experiencia aeronaútica.

   Cuando por fin se dignaron a comunicarnos algo en castellano, yo ya estaba preparado, con el cinturón abrochado y rogando a los dioses en los que no creía que mantuvieran aquel cacharro y todo lo que moraba en él a salvo de cualquier incidencia. Nos dieron instrucciones de como ponernos el chaleco salvavidas "en el improbable caso de que el avión aterrizara sobre el agua". Pensar que lo más probable era que el avión se fuese directamente al fondo del mar en tales circunstancias no ayudó a tranquilizarme. Así que intenté tomar ejemplo del individuo que leía un libro a dos asientos de mí, ajeno a la maniobra. No lo conseguí, y lo cierto es que cuando el cacharro aceleró para elevarse a los cielos, me agarré con firmeza al asiento. Dos horas y media después, cuando tomábamos tierra con un golpe seco y un frenazo contundente tampoco pude evitar asirme con fuerza a los reposabrazos. Esta vez también me fijé en el individuo lector de mi izquierda, que permaneció  inmutable pese a la sacudida. Llevaba más horas de vuelo que yo.
   Conclusión: Medio de transporte  rápido y necesario para largas distancias pero estresante desde que compras el billete hasta que sales del aeropuerto. Prefiero la pausa, el paisaje visto a ras del suelo donde eres más consciente de las distancias y tienes el tiempo necesario para hundirte en tus pensamientos. Sin nervios, sin prisa.

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