martes, 5 de enero de 2021

 Al mirarme provocas ese efecto en cadena:

la inevitable inundación

seguida de la inoperancia verbal

con la que todas las palabras se me caen al suelo.

Me siento desarmado, torpe.

Entonces me agacho al suelo

e intento recogerlas, 

recomponer el sentido de todas esas frases

que quería envolverte en papel de regalo.

Recapacito.

Lo más sensato es comerte la boca.

Empezaré por tu pedestal.

La idea es disfrutar el camino

en el cual iré preparándome,

asumiéndote con la lentitud de un caminante descalzo

que quisiera sentir la tierra mullida y húmeda

en la planta de sus cansados pies.

También me empaparé de ti,

del aroma que desprendas,

del sabor de tus rincones. 

Y solo cuando haya llegado a tu boca

(y bebido de ella),

solo entonces mis ojos bailarán en los tuyos.

Y las palabras que tenía preparadas

ya no importarán, o al menos,

no importarán tanto.

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