jueves, 2 de mayo de 2013

Nuria noctámbula. Madrid, 1981

   

    Esa noche de noviembre de 1981, ella salió a la calle todo lo deprisa que le permitió hacerlo el cansancio pisando fuerte sobre el suelo mojado. Iba envuelta en vaho y en un abrigo de color burdeos. Sabía que él observaba desde la ventana del cuarto, probablemente con el cigarrillo que solia acompañarle cuando estaba nervioso, pero resistió la tentación de mirar hacia atrás. Hubiera supuesto volver, flaquear en el proposito de escapar. Cuando dobló la esquina aminoró algo el paso. La soledad absoluta que reinaba en esa parte de Madrid a las cuatro de la mañana no le pesaba en absoluto, al contrario, la tranquilizó hasta el punto de sentir como aquella quietud le acariciaba el rostro suavemente. Caminó sin rumbo por las calles dormidas, junto a locales cerrados y recuerdos pintados en cada esquina. Las aceras, convertidas en acuarelas de su paseo nocturno, resplandecían bajo las luces ráquiticas de las farolas. Un taxi estacionado en una parada, esperaba en vano clientes. Su conductor, oía en un el boletín de noticias nocturno la disputa en el seno de UCD entre Calvo Sotelo y los partidarios de Suarez. Un poco más allá, de las puertas de un bar se escapaba una canción, tainted love. Todo el cuadro desdibujado de la ciudad se le presentaba como un escenario extraño tan ajeno como propio. Así pasarón las horas, hasta que el amanecer la sorprendio en un descampado después de mucho caminar. Debía de estar cerca de Puente de Vallecas. Sobre una de las pasarelas que cruzaban las vías del tren se quedó contemplando un sol naciente entre cemento, cables y antenas. Un largo tren de mercancias pasaba bajo ella, y una radio lejana a todo volumen daba los buenos días a Madrid. Cuando la ciudad acabó de despertar, emprendió de nuevo el regreso, a casa. No quería tener que huir nunca más de él, de sus momentos, de algo que ya no existía.

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