miércoles, 5 de noviembre de 2014

Retazos de historias que no tienen principio ni final (pero que se pueden imaginar)



Otoño de 1982.

Los edificios, las tiendas, el parque de la esquina... Un paisaje de la infancia que estaba practicamente igual exceptuando las pintadas y los carteles de las elecciones. Un coche pasó rasgando el silencio. Más allá, un empleado del ayuntamiento regaba la acera. En medio de ese bosque de antenas y bloques de pisos, él le preguntó donde quedaba la librería de segunda mano que ambos solían visitar hacía ya años. Había olvidado cual era el rincón exacto, solo sabía que debía de quedar por allí cerca. Ella se ajustó la buafanda, y dejando escapar un hilo de vaho, le respondió:
   -No lo se, no lo recuerdo...
   Los dos se quedaron mirando un instante, tal vez intentando evocar aquel lugar donde la adolescencia les había sorprendido, tal vez pregúntándose si debeberían acercar sus labios otra vez después de seis años. Tenían 16 años entonces. Y ahora, no eran los mismos, y sin embargo todo era igual. Incluso en aquellos años en los que la historia del país se había acelerado tanto.
   - Tengo el coche aparcado ahí... -dijo ella finalmente.
   - Ah, bueno... -musitó él sin saber que hacer.
   Le hubiera gustado decir algo ocurrente, o mejor aún, besarla; aunque solo le salieron aquellas palabras en un hilo de voz. Ella se apróximó al vehículo y jugó un poco con las llaves, pero finalmente abrió la puerta y arrancó el Seat 127. A él la hubiera gustado agarrarla del brazo y... y hacer algo. Volvieron a mirarse como quien se mira para no volver a verse en otros seis años. Ella bajó la ventanilla para decir algo, algo ocurrente con lo que despedirse. Él se acercó un poco para escucharla mejor, pero a ella solo le salió agarrarlo por la solapa de la chaqueta de pana, cogerle la cara y besarlo. El beso fue debidamente correspondido, y sin saber que dercir, pero con la tonta sonrisa que caracteriza a quienes se aventuran después de vacilar; se marcharon en el mismo coche por aquel barrió tan familiar pero tan cambiado. No hablaron mucho de camino al piso de ella porque no sabían que decir, aunque ya lo sabrían más tarde; pero entre los reflejos naranjas de las farolas que bañaban la quietud de la madrugada en aquellas calles, ambos distinguieron perfectamente la librería en aquel bajo sórdido, oculta en la sombra entre soportales.

2 comentarios:

  1. "Volvieron a mirarse como quien se mira para no volver a verse en otros seis años"

    ... Me encanta, Edu. Me encanta muchísimo :)

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    1. Gracias =) Se me ocurrió la otra noche escuchando a Alan Parsons.

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