viernes, 10 de abril de 2015

Marea alta



Soñaba despierta que los rayos pálidos de la luna se le enganchaban en el pelo, y que el amanecer de Selene era también el suyo. Se asomó a la ventana. Desde el jardín, el olor a tierra mojada trepaba por la hiedra de la fachada. La brisa de un mar dormido agitaba suavemente las cortinas mientras la claridad de la tarde moría en las estrellas. Al pie de la montaña, los fulgores de la vida en la ciudad encontraban su espejo en la marea alta; y más allá las luces y las sombras de la noche naciente mecían las embarcaciones.
Soñaba despierta que era una nube que envolvía al astro y que luego se dejaba caer hasta el horizonte. En la superficie se convertiría en niebla para, en forma de vapor de agua, reptar desde la playa hasta las casas. Penetraría en las calles difuminando los destellos eléctricos cuando abrazara a las farolas. En el imperio del rumor de los barcos, de los gatos maullando en solares abandonados y de las tabernas de marineros borrachos, se convertiría en una más. Vagaría por esas calles llenas de charcos y olor a grasa para descubrir en algún reflejo que su rostro era el de la misma Selene escapando a la tierra en forma humana.

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