domingo, 9 de diciembre de 2012

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Me quedé mirando un rato desde las rocas, aunque a penas se veía nada. Una neblina perfilada de azabache si acaso. El Atántico era un pozo de negrura tan inmenso que las luces de Gijón parecían tamblar ante tanta oscuridad, como las llamas de unas velas bailando sobre estas en el interior de una cueva. No se distingía el mar; era tan negro como el cielo, y su eco parecía provenir de todas partes, propagado por la acústica del gigantesco monolito de cemento que se alzaba sobre mi cabeza. Esa humedad fría, esa inmensidad... Es tan distinto al Mediterraneo... Era fascinante, pero a la vez senti un miedo y una soledad inmensos, y eso que sabía que Laura estaba unos metros detrás de mí... Creo que jamás la oscuridad se había adueñado tanto de mis sentidos.

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